11 dic 2012

Templo de Nuestra Señora del Sagrado Rosario en Guadalajara

Si hay algo que caracteriza al pueblo mexicano es su profunda religiosidad, esa que hace que las expresiones de fe se transformen ya en un culto popular, en un símbolo de la misma comunidad que atraviesa las fronteras y hasta las mismas celebraciones, que se expande mucho más allá de la fecha de un santo patrono o de la devoción celebrada y forme parte del imaginario colectivo de personas alrededor del mundo cada vez que piensan en las tierras de los antiguos mayas y aztecas.

Mexico supo recibir como ningún otro país el culto que trían consigo los colonizadores españoles y este rito inaugural de su fe fue gracias a la figura de la Virgen de Guadalupe, una figura que hizo su aparición a un humilde trabajador del campo mexicano, una Virgen morena, cercana, compasiva. En ella los mexicanos ven a su patrona y quizás en ese gesto de acercamiento se selló un pacto antiguo que no puede romperse pese a quien le pese. Pero las manifestaciones de fe no se aprecian solamente en la multitud que peregrina sino en los múltiples santuarios e iglesias que nos encontramos mientras recorremos el territorio mexicano. En cada estado, en cada ciudad, en cada pueblo, la presencia divina se edifica en una forma reconocible y allí reúne a sus feligreses.

La ciudad de Guadalajara, la segunda en importancia luego del Distrito Federal, no es a excepción de esta regla y presenta numerosos templos católicos para que tengan un lugar de encuentro con la espiritualidad el gran porcentaje de su densa población que practica el catolicismo.

Uno de estos templos en Guadalajara es el Templo de Nuestra Señora del Sagrado Rosario, creado por el reconocido y talentoso arquitecto Pedro Castellanos Lambley, quien luego de recibirse de ingeniero y arquitecto ingresó al convento de los Frailes Franciscanos en Aguascalientes para seguir con su vocación religiosa. Cuando volvió a Guadalajara como sacerdote comenzó a desempeñarse en la Comisión Diocesana de Arte y desde allí emprendió la construcción de numerosos templos.

Sabiendo esto podemos entonces dirigirnos hasta el Templo de Nuestra Señora del Sagrado Rosario y apreciar de otra manera cada uno de los detalles de esta edificación neogótica, puesto que somos concientes ahora de que quien la llevó a cabo intentó plasmar en ella no solo el encargo de alguien sino su propia fe, en lo que podría considerarse como un verdadero ejemplo de poner los dones al servicio de Dios.

La construcción de este templo comenzó en el año 1930 en el barrio de Retiro, en lo que hoy se conoce como la calle Hospital. Si bien el templo es una obra artística con valor propio muchas de las personas que llegan hasta este sitio lo hacen guiados por una fe inquebrantable no solo en las imágenes del culto católico conocidas por todas sino por una muy particular: la del Padre Galván, cuyos restos descansan en esta Iglesia que a menudo es llamada por los habitantes del lugar como “el templo del Padre Galván”.

Este sacerdote originario de Guadalajara fue un ejemplo de conversión y de servicio así como de lucha y ayuda a los oprimidos. El mismo tuvo una infancia pobre al lado de su familia y su conducta era más bien reprochable antes de entrar al Seminario y las veces que salió, pero luego cambió de actitud y pudo dirigir toda su energía a la oración y al trabajo junto a las personas que lo necesitaban.

El Padre Galván se negó a casar a un militar con una joven a la que éste perseguía y se cree que fue por ello que murió asesinado en el año 1915 ante un pelotón de fusilamiento luego de un enfrentamiento entre villistas y carrancistas en el que el sacerdote no participaba sino que ayudaba junto a otro sacerdote a los heridos.

Según cuentan la historia el Padre Galván no aceptó que le venden los ojos sino que miro de frente a sus asesinos, señaló su pecho y les dijo “Les perdono lo que ahora van a hacer conmigo”. Por todo esto es que se lo considera un mártir y que sus restos son visitados a diario por las personas que necesitan consuelo o ayuda, sabiendo que en vida estuvo siempre del lado de quienes sufrían y estaban solos o desamparados al punto de llegar a organizar junto con los trabajadores un gremio de zapateros, profesión de la que ganaba el sustento su padre junto con su ayuda cuando era pequeño.

Este mártir de la Iglesia que siempre estuvo junto al pueblo fue beatificado en el año 1992 y finalmente beatificado el 21 de mayo del 2000 por Su Santidad el Papa Juan Pablo II, reconociendo el valor de este sacerdote y el aprecio real de su comunidad hacia él, como ejemplo de perseverancia y osadía, así como de bondad y ternura.

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