Si hay algo que caracteriza al pueblo mexicano es su profunda religiosidad, esa que hace
que las expresiones de fe se transformen ya en un culto popular, en un símbolo de la misma
comunidad que atraviesa las fronteras y hasta las mismas celebraciones, que se expande
mucho más allá de la fecha de un santo patrono o de la devoción celebrada y forme parte del
imaginario colectivo de personas alrededor del mundo cada vez que piensan en las tierras de
los antiguos mayas y aztecas.
Mexico supo recibir como ningún otro país el culto que trían consigo los colonizadores
españoles y este rito inaugural de su fe fue gracias a la figura de la Virgen de Guadalupe,
una figura que hizo su aparición a un humilde trabajador del campo mexicano, una Virgen
morena, cercana, compasiva. En ella los mexicanos ven a su patrona y quizás en ese gesto de
acercamiento se selló un pacto antiguo que no puede romperse pese a quien le pese.
Pero las manifestaciones de fe no se aprecian solamente en la multitud que peregrina sino
en los múltiples santuarios e iglesias que nos encontramos mientras recorremos el territorio
mexicano. En cada estado, en cada ciudad, en cada pueblo, la presencia divina se edifica en
una forma reconocible y allí reúne a sus feligreses.
La ciudad de Guadalajara, la segunda en importancia luego del Distrito Federal, no es a
excepción de esta regla y presenta numerosos templos católicos para que tengan un lugar
de encuentro con la espiritualidad el gran porcentaje de su densa población que practica el
catolicismo.
Uno de estos templos en Guadalajara es el Templo de Nuestra Señora del Sagrado Rosario,
creado por el reconocido y talentoso arquitecto Pedro Castellanos Lambley, quien luego
de recibirse de ingeniero y arquitecto ingresó al convento de los Frailes Franciscanos en
Aguascalientes para seguir con su vocación religiosa. Cuando volvió a Guadalajara como
sacerdote comenzó a desempeñarse en la Comisión Diocesana de Arte y desde allí emprendió
la construcción de numerosos templos.
Sabiendo esto podemos entonces dirigirnos hasta el Templo de Nuestra Señora del Sagrado
Rosario y apreciar de otra manera cada uno de los detalles de esta edificación neogótica,
puesto que somos concientes ahora de que quien la llevó a cabo intentó plasmar en ella no
solo el encargo de alguien sino su propia fe, en lo que podría considerarse como un verdadero
ejemplo de poner los dones al servicio de Dios.
La construcción de este templo comenzó en el año 1930 en el barrio de Retiro, en lo que
hoy se conoce como la calle Hospital. Si bien el templo es una obra artística con valor propio
muchas de las personas que llegan hasta este sitio lo hacen guiados por una fe inquebrantable
no solo en las imágenes del culto católico conocidas por todas sino por una muy particular: la
del Padre Galván, cuyos restos descansan en esta Iglesia que a menudo es llamada por los
habitantes del lugar como “el templo del Padre Galván”.
Este sacerdote originario de Guadalajara fue un ejemplo de conversión y de servicio así como
de lucha y ayuda a los oprimidos. El mismo tuvo una infancia pobre al lado de su familia y
su conducta era más bien reprochable antes de entrar al Seminario y las veces que salió,
pero luego cambió de actitud y pudo dirigir toda su energía a la oración y al trabajo junto a las
personas que lo necesitaban.
El Padre Galván se negó a casar a un militar con una joven a la que éste perseguía y se cree
que fue por ello que murió asesinado en el año 1915 ante un pelotón de fusilamiento luego de
un enfrentamiento entre villistas y carrancistas en el que el sacerdote no participaba sino que
ayudaba junto a otro sacerdote a los heridos.
Según cuentan la historia el Padre Galván no aceptó que le venden los ojos sino que miro
de frente a sus asesinos, señaló su pecho y les dijo “Les perdono lo que ahora van a hacer
conmigo”. Por todo esto es que se lo considera un mártir y que sus restos son visitados a diario
por las personas que necesitan consuelo o ayuda, sabiendo que en vida estuvo siempre del
lado de quienes sufrían y estaban solos o desamparados al punto de llegar a organizar junto
con los trabajadores un gremio de zapateros, profesión de la que ganaba el sustento su padre
junto con su ayuda cuando era pequeño.
Este mártir de la Iglesia que siempre estuvo junto al pueblo fue beatificado en el año 1992
y finalmente beatificado el 21 de mayo del 2000 por Su Santidad el Papa Juan Pablo II,
reconociendo el valor de este sacerdote y el aprecio real de su comunidad hacia él, como
ejemplo de perseverancia y osadía, así como de bondad y ternura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario